sábado, 19 de mayo de 2007

Un día más, supongo.

37, borracho, sin dinero y despreciado por todos, así se encuentra David, un indigente de aspecto sucio que recorre errático las calles de Bilbao. Por las mañanas reparte el "Qué Fácil" en la boca del metro de Indautxu y con lo que saca del reparto, más las ganancias de los diez –en el mejor día, quince- paquetes de pañuelos que vende a los conductores en los semáforos, ya le da para vivir; para vivir y beber, porque es lo que es: un borracho sin pretensiones y a mucha honra. Una vez coincidimos en el Hotel Indautxu, lugar donde yo trabajaba, y donde él se encontraba bebiendo, y me dijo casi sin venir a cuento: "Pues sí, ya ves, soy como dios me ha hecho. Y no, no podemos escapar de lo que somos, no." Y se levantó, terminó su vino de un trago y se fue a tomar por culo con un paso etílico que le hacía dibujar mientras se alejaba curiosas filigranas bajo sus pies. "Pobre –me dijo Larry, mi encargado, cuando le vio marchar-, este tío cogió el coche un día para irse de vacaciones con su mujer y su hija y al regreso las trajo metidas en cajas funerarias…El accidente no fue culpa de él, creo, o sí…, bueno, no lo sé muy bien, pero lo que sí sé muy bien es que las cajas eran dos y las dos eran suyas." Y desde entonces, y cada vez que me encuentro con una persona disoluta, me preguntó qué desgraciada historia le ocurriría en el pasado y que pudo con él. Ni juzgo ni valoro, sólo me entra esa extraña curiosidad.
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(publicado pag. 9)

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