viernes, 13 de julio de 2007

El pasado, que siempre vuelve

Al pasado siempre le gusta regresar los días que estás triste o que son de lluvia, cuando sola en casa decides abrir el álbum de fotos familiar y ojeas en él todo aquello que de importancia ha ido ocurriendo a lo largo de tu vida. Las fotos más ajadas, descoloridas y medio rotas son tus preferidas, y cuando te detienes a mirarlas, te llevan hacia tiempos remotos que te parece imposible creer que alguna vez existieron. Y ves a tu madre, riendo en su boda y vestida de negro, el color de las novias de antaño en los pueblos, y a tu padre junto a ella, con un traje a rallas y el pico de un pañuelo que le sobresalía de un bolsillo superior. A lo mejor escuchas un suspiro o la foto queda salpicada por una lágrima que se te calló, pues te resulta increíble verles tan jóvenes sabiendo que falta uno de los dos. Tu mano, en vaivén, sigue pasando las hojas. «Mi tío Eusebio –te dices-, ya ni le recordaba como era. Y aquí esta mi abuela, jo, cómo se parece mi madre a ella. Y yo, a las dos.» Luego pasas a ver las fotos con hechuras grandes y rectangulares, donde toda la familia cabía en ellas. «Mi primo Miguel y la chica con la que se casó, lástima que no duraran. Y mi prima María, ¡ay, que gorda estaba, por dios! Los gemelos, mi vecina Carmen, don Amador...» Hasta que llegas a las fotos digitales de color, en las que un pasado más reciente y generoso te permite recordar algunos detalles ocurridos antes y después de la instantánea. «Ay, y aquí está mi sobrina Nerea en su bautizo, ¡que día de lloros nos dio! Y mi marido y yo en Barcelona. Qué fin de semana más bonito fue aquél» Y cuando la lluvia o la tristeza amainan, el pasado decide entonces despedirse de ti, dejándote en el pensamiento a todos aquellos que en fotos quisieron venir.

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