Si no fuera porque lo que ha sucedido en la universidad de Illinois es como para llorar, daría risa la declaración que ha hecho a la prensa el Jefe de policía del campus, Donald Grady, en la que asegura que los seis alumnos asesinados el pasado jueves y los otros quince heridos más fueron (de nuevo) las víctimas al azar de un perturbado mental. En un país como es Estados Unidos, donde las ferias de pistolas y recortadas afloran por doquier, donde la constitución ampara la libre tenencia de armas, donde la todo poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA) financia tanto a demócratas como a republicanos para asegurarse de que todo lo anteriormente dicho siga siempre igual y no cambie nada, no tiene mucho sentido echarle solamente la culpa de lo sucedido a un pobre estudiante desequilibrado que no quiso tomarse su dosis de Prozac. Sin duda, ese sistema que le puso las armas de fuego en sus manos para que pudiera demostrarse a sí mismo lo desgraciado que era y lo mal que le caían los demás, también tubo su gran parte de responsabilidad.
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