lunes, 7 de noviembre de 2016

Lo de votar tiene su miga



Cada vez que se celebran unos comicios, pienso de broma que en los colegios electorales debería ser obligatorio rellenar un test psicológico y tomarse la tensión arterial para que te permitan, según los resultados, poder o no votar. Esto que digo suena a chanza porque lo es. Pero visto lo que está ocurriendo en Reino Unido, tras la aprobación del Brexit, y el Belén navideño que se están montando en EE UU entre los seguidores de Hillary y Trump –puñetazo viene y va– se me antoja que mi broma quizá algún día se tenga que hacer realidad. Para algunos, los políticos se han convertido en la diana perfecta donde clavar el dardo de sus frustraciones. El otro día le pregunté a un militante del PP si le iba a votar a Rajoy y me respondió muy enfadado: «¡No!». Medio minuto más tarde cambió de tema y me dijo que su mujer, también militante del partido, era una buscona –con perdón sea dicho–. Entonces entendí, más o menos, por qué no le iba a votar al PP. Las empresas demoscópicas tiemblan cada vez que se les pide un pronóstico electoral. Por mucha cocina que le metan, saben que el resultado se va a regir por lo visceral y no por lo cerebral. No podemos escapar de lo que somos: una especie imperfecta, rara y rencorosa. Afortunadamente, yo no. Por eso mi sensatez me dice que los estadounidenses deben votar mañana a Hillary… si no quieren acabar como Trump.
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