Por orden de satisfacción, los primeros que deben estar
contentos por el varapalo judicial que Alemania le acaba de dar a España son
los británicos. Los segundos, Puigdemont y sus acólitos. Y no es que los
británicos nos tengan especial manía, sino que acaban de encontrar en nosotros
un aliado moral con el que poder justificar el Brexit por la inutilidad que
supone estar dentro de la Unión Europea. Desde el primer momento, ya comenzaron a quejarse
de que cambiar la moneda oficial de cada país por el euro significaba meterse
marcos alemanes en el bolsillo. Estaban convencidos de que este cambio traería
detrimento económico en todos los países miembros de la UE. Y así fue. Por esa
razón continuaron con la libra. A partir de entonces, Reino Unido se ha ido
quejando reiteradamente sobre el desmesurado control que Alemania ejerce en todas
las Instituciones Europeas. Hasta tal punto, que cualquier asunto de calado
necesita del sello germano para que pueda ver la luz. Cansados los británicos
de vivir de alquiler y sin derechos en el cortijo alemán –la Unión Europea– han
decidido irse. Y lo han hecho para poder ser de nuevo los dueños de sus
fronteras, de su política, de su economía y de su justicia. ¡Cómo les envidio!
Sobre todo en estos momentos en que la integridad de España está siendo atacada
por los mismos que no quieren reconocer la independencia de Baviera.
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