No sé quién dirige la SGAE, ni me interesa saberlo, pero seguro que es alguien que necesita urgentemente consejos sobre cómo hacer amigos. Media España les tiene animadversión y la otra media les tiene animadversión y antipatía de añadido. La Comisión Nacional de la Competencia (CNC) acaba de sancionar a la SGAE por cobrar tarifas abusivas en las bodas. Aunque podría acusarle también de cobrar abusivamente en bautizos, comuniones y en todo aquel evento privado donde se escuchen dos acordes musicales seguidos, ya que no perdona una. No hace mucho tiempo salió una joven peluquera por televisión que decía: «Si tengo que pagar por escuchar música a la que no hago caso mientras peino, no me merece la pena ni abrir la peluquería, así que prefiero apagar la radio». Y es que estos señores ya no saben ni dónde más colarse para recaudar este impuesto. Los derechos de autor se han convertido en los sin-derechos de los ciudadanos y esto no puede ser. El abuso es constante, sólo se busca el lucro, no la compensación, y la transparencia en la SGAE brilla por su ausencia.
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