Lo que le ha ocurrido a Rita Barberá es justamente lo que su
sobrina y su hermana comentaban con rabia a sotto
voce en misa durante su funeral: «¡La han matado!». La presión política y
mediática que estaba sufriendo Rita durante los últimos meses fue brutal. Ningún
corazón que conozco sería capaz de mantenerse en ralentí ante los constantes
desprecios e injurias que venían incluso de sus propios compañeros de partido. Contra
ella, les recuerdo, no había una sentencia culpatoria. No había nada. Los que
tan alegremente vulneran la presunción de inocencia, ya pueden descorchar el
champán, porque acaban de conseguir su primera víctima real. Una víctima que no
se merece para algunos ni tan siquiera un minuto de silencio. ¡Qué vergüenza!
Atrás queda ahora el legado de Rita: una vida entera dedicada
al PP y a sostener el PP, pues ella fue el báculo en el que se apoyaron Aznar y
Rajoy en su día para no caer. Durante los 24 años que estuvo de alcaldesa de
Valencia, hizo brillar esta ciudad hasta convertirla en la tercera más
importante de España.
En fin, decía Séneca: «La muerte es un castigo para algunos, para
otros un regalo, y para muchos un favor». No seré yo quien desmienta esta
realidad.
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