Qué ingenuos somos los que pensamos que los políticos que
encabezan las listas electorales de cada partido son los más valiosos. Mira el
caso de Eduardo Medina: por quejicoso y subversivo, Pedro Sánchez le mantiene
en el puesto número siete por Madrid. Es más fácil que gane nueve veces la
lotería, como Carlos Fabra, que consiga un escaño en el Hemiciclo. Luego están
las obligaciones que el amorío impone. Pablo Iglesias, por ejemplo, necesita
dos escaños libres. Uno para su ex, Tania Sánchez, y otro para su actual novia,
Irene Montero. Por lo que sus nombres deben ir en cabeza de la circunscripción
que les corresponda. Se debe también atender al transfuguismo. Con todo lo que
Toni Cantó, cantó en su día en contra de UPyD, Albert Ribera le tendrá que
poner de nuevo como número dos en Valencia. Que menos. A Irene Lozano el PSOE
ya no le tiene que hacer un hueco en sus listas. Por fin ha percibido el odio
que despierta en muchos de sus compañeros y dice que no repite por «motivos
personales». Y el PP tampoco se libra de nepotismo. Rajoy se ha puesto a sí
mismo como nº 1 por Madrid. En contra de todos.
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