Llovía. Desde mi ventana observé que la gente corría por la
calle de un lado a otro, pero pensé que lo hacían para no mojarse. ¡Que
ingenuo! De haber sabido lo que estaba pasando hubiera corrido junto a ellos a
esconderme. En un acto de valentía, encendí mi ordenador para leer las
noticias. ¡Oh, Dios mío! Mariano Rajoy aparecía en un vídeo que estaba en
pause. Excesivamente serio. En toda mi vida sólo recuerdo haber visto una cara
igual: la de Arias Navarro cuando dijo: «¡Españoles, Franco, ha muerto!» Me
tomé un trankimazín. Mejor ser precavido. Y le di al play. El cámara estaba igual de nervioso que yo. Le enfocaba de
frente, de perfil, de frente, de perfil. «Nuestro país se encuentra ante una
encrucijada -empezó a decir Rajoy- una alternativa extremista se asoma como
disolvente de todo lo bueno que tenemos, nuestra unidad, nuestra democracia constitucional
y nuestro progreso económico». Y entonces lo entendí: ¡Malditos partidos
emergentes!, pensé enfadado, ahora que le han subido el 0,25% la pensión a mi
abuelo, que mi novia ya no me pide un hijo porque han quitado el cheque bebé y
que he conseguido un trabajo de nueve horas por 400 euros, habéis venido a fastidiarlo
todo. El coletas y el naranjito han
sido, anda que... Y si se queda sin curro Rajoy, ¿dónde va? Si en Pontevedra es
persona non grata. Igual que yo. ¿Le dejará Soraya quedarse unos meses en su
casa? Mañana le llamo para ofrecerle una habitación. Con todo lo que ha hecho
él por España, ¡qué menos!
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