Es bastante irrisorio el hecho de que el PSC defienda el
‘derecho a decidir’ en Cataluña y al mismo tiempo obligue a los siete diputados
que tiene en el Congreso a decir «no» a la investidura de Mariano Rajoy.
Llevando a la práctica una democracia selectiva nunca vista, en la permiten que
todo el mundo puedan votar lo que quiera menos los suyos. E igual de irrisorio
me parece la falta de autoridad con la que solucionan ahora los problemas de
calado los líderes socialistas –incluido Izeta–: en cuanto les surge alguna
cuestión espinosa, preguntan a las bases qué se debe hacer y así se quitan el
problema. Si Pablo Iglesias, fundador del PSOE, levantase la cabeza y viera
cómo de roto y de raro tienen los trepas su partido, el mismo día le tendríamos
que enterrar. Causa del óbito: disgusto. Por la gravedad del tema, hace días
que se me ha metido en la cabeza la idea de que la única persona que puede poner
fin al tótum revolútum que hay en el PSOE es Felipe González. A ningún otro le veo
capaz. Debería plantearse volver.
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