Hay que tener mala sangre para perpetrar dos atentados
terroristas contra dos iglesias que se encuentran llenas de feligreses
festejando el Domingo de Ramos. El pecado se resume con cifras: 45 personas
murieron en dichos ataques y otras 140 resultaron heridas. Y tiene fecha y
lugar: ocurrió el pasado domingo en dos iglesias coptas del Cairo. El Estado
Islámico (IS) ya ha reivindicado la autoría de ambos ataques. Si Dios quiere, «Insha'Allah», quizá logremos encontrar algún día el mandamiento de la Sharía que aconseja
a estos insensatos a obrar de esa manera tan cruel y sangrienta con la que
actúan. Aunque lo dudo. Siempre he creído que el mayor enemigo de los
extremistas es la voz subversiva que les habla dentro de su cabeza. Una voz que
les llena el cerebro de odio y serrín. En el fondo, solo les falta el diagnóstico
que certifique la esquizofrenia que sufren. Por mucho que las autoridades intenten
convencerme de que el terrorismo islámico es la consecuencia de las incursiones
bélicas de Occidente en el Medio Oriente, no me lo creo. Esto es lo que siempre
fue: una guerra santa contra el infiel.
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