Por mucho palmero que le haya salido a Donal Trump en la ONU
y en la OTAN por los 56 misiles Tomahawk que ha lanzado a una base aérea
controlada por Bashar al-Assad, no me van a convencer a mí también para que le
aplauda. Era obvio que el ataque químico que el dictador al-Assad perpetró el
pasado martes en la provincia de Idlib merecía una respuesta contundente. Pero las
prisas que siempre tiene EE UU por despuntar y por actuar unilateralmente, sin
consenso, nos pone a sus aliados continuamente en serios bretes, ya que sus
intervenciones bélicas acaban siendo verdaderas chapuzas que después debemos
solucionar. De botón de muestra lo que hicieron en Irak o Afganistán. Desconozco
cuál debería haber sido la represalia correcta por el ataque químico que se
cometió en Idlib. Al igual que tampoco lo sabe el Consejo de Seguridad de la
ONU porque EE UU no dio tiempo para discutir el tema. Lo que sí sé es que tanto
Donal Trump como Vladimir Putin están utilizando el conflicto de Siria para
fines propios. El primero para solapar su pésima gestión de Gobierno, y el
segundo para acabar con los radicalistas chechenos ubicados en Siria. Está
claro que a ninguno de ellos este país les importa nada.
La Razón / English____________
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