Me ha disgustado bastante las malas formas con las que el
periodista Carlos Alsina entrevistó el pasado miércoles en su programa de radio
al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Fue una hora de interrogatorio
inquisitoria en la que el locutor le lanzó una retahíla de preguntas capciosas
con las que solo intentó buscar la responsabilidad que pudiera tener Rajoy en
los problemas que ahora nos preocupan en España. En todos ellos. La entrevista fue tan molesta, que en ciertos
momentos me dio la impresión de que el presidente se encontraba ante un fiscal
o ante una Comisión de Investigación del Senado. El señor Alsina quiso templar su
timbre de voz para dar la apariencia de que con él no tenía nada personal, mientras
le lanzaba una pulla tras otra en busca de titulares con los que subir el share
de su programa. Y, una vez concluido, doy por hecho de que ese era su único objetivo,
pues ni una sola de las preguntas que le hizo sirvió para que el presidente pudiera
lucirse en algo. Tuvo que ser el propio Rajoy, sin ser preguntado, quien sacara
a relucir diversas gestiones realizadas por el Gobierno a lo largo de los
últimos seis años y de las que se sentía orgulloso. Visto lo visto, es normal
que muchos políticos se muestren reticentes a dar entrevistas. Saben que no son
entrevistas, son trampas.
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